Antes de ser bodeguero, el suizo Donald Hess, coleccionista de arte, embotellaba agua de un manantial alpino que, con la marca Valser, se convirtió en la mineral número uno de Suiza. Cuando el negocio del agua se concentró en cinco manos (Coca-Cola, Pepsi, Danone, Nestlé y Cadbury), decidió que era hora de mirar la vid y hacer de la producción de vino de alta gama un arte. Lo hizo primero en Napa Valley, California, y luego amplió sus dominios al Alto Valle Calchaquí con la compra de la estancia Colomé, de la familia Dávalos, construida en 1831 en la localidad de Molinos.
En ese lugar privilegiado, donde "el vino brota del arenal", produce varietales de exportación con uvas de los viñedos más altos del mundo, a 3000 metros sobre el nivel del mar. Paralelamente, Donald Hess formó una colección de arte moderno y contemporáneo, rica en piezas de calidad museo, como la pintura de Francis Bacon, incluida en la retrospectiva del Museo del Prado, que acaba de mudarse al Met de Nueva York.
El arte ha sido, confiesa Hess sentado en la biblioteca del Palacio Duhau, una columna vertebral en su vida. Aunque su padre nunca compró un cuadro, la colección arrancó con el pie derecho, cuando eligió en la galería de una amiga un retrato de Ambroise Vollard, firmado por Picasso. Desde entonces, Hess siguió por la senda del arte contemporáneo con una característica particular: comprar obras de artistas vivos con los que puede intercambiar pensamientos, prácticas y proyectos.
Dice haber aprendido de los artistas las grandes lecciones de la vida. A su lado, para confirmarlo, está James Turrell, un hombre de bigotes imponentes, piloto, creador de un universo visual en el que interactúan sus investigaciones sobre la luz, las matemáticas y la relación entre el espacio y la percepción.
De la alianza de vino y arte, y de la amistad de Hess con Turrell nació el museo de Colomé, inaugurado el 22 de abril en un cubo de piedra de 1680 m2, que alberga un conjunto de instalaciones creadas por el artista que integran la colección Hess con base en Berna. La obra de Turrell (California, 1943) adhiere al minimalismo de Dan Flavin y profundiza en los caminos de la contemplación, la meditación y el silencio como un camino de perfeccionamiento espiritual.
El entorno de los valles es, para Turrell, una réplica del paisaje de Arizona, que imaginó siempre como el hábitat natural de su obra. Desde la semana última, artista y bodeguero sienten que han cumplido un sueño al lograr que el arte y el vino convivieran bajo el mismo techo.
El museo estará abierto todo el año y la entrada será libre y gratuita. James Turrell, antes de exponer en Colomé, exhibió sus instalaciones lumínicas en el Guggenheim y en el Whitney, de Nueva York; en el Macla, de California, y en la colección Panza di Biumo de Varese, Italia.
Curioso destino, el de Colomé. Los Dávalos y los Isasmendi, cuando plantaron las primeras vides en el siglo XIX, nunca imaginaron que un suizo y un norteamericano levantarían allí mismo, en el siglo XXI, un museo para mostrar arte contemporáneo en la altura de los Valles Calchaquíes.
El arte ha sido, confiesa Hess sentado en la biblioteca del Palacio Duhau, una columna vertebral en su vida. Aunque su padre nunca compró un cuadro, la colección arrancó con el pie derecho, cuando eligió en la galería de una amiga un retrato de Ambroise Vollard, firmado por Picasso. Desde entonces, Hess siguió por la senda del arte contemporáneo con una característica particular: comprar obras de artistas vivos con los que puede intercambiar pensamientos, prácticas y proyectos.
Dice haber aprendido de los artistas las grandes lecciones de la vida. A su lado, para confirmarlo, está James Turrell, un hombre de bigotes imponentes, piloto, creador de un universo visual en el que interactúan sus investigaciones sobre la luz, las matemáticas y la relación entre el espacio y la percepción.
De la alianza de vino y arte, y de la amistad de Hess con Turrell nació el museo de Colomé, inaugurado el 22 de abril en un cubo de piedra de 1680 m2, que alberga un conjunto de instalaciones creadas por el artista que integran la colección Hess con base en Berna. La obra de Turrell (California, 1943) adhiere al minimalismo de Dan Flavin y profundiza en los caminos de la contemplación, la meditación y el silencio como un camino de perfeccionamiento espiritual.
El entorno de los valles es, para Turrell, una réplica del paisaje de Arizona, que imaginó siempre como el hábitat natural de su obra. Desde la semana última, artista y bodeguero sienten que han cumplido un sueño al lograr que el arte y el vino convivieran bajo el mismo techo.
El museo estará abierto todo el año y la entrada será libre y gratuita. James Turrell, antes de exponer en Colomé, exhibió sus instalaciones lumínicas en el Guggenheim y en el Whitney, de Nueva York; en el Macla, de California, y en la colección Panza di Biumo de Varese, Italia.
Curioso destino, el de Colomé. Los Dávalos y los Isasmendi, cuando plantaron las primeras vides en el siglo XIX, nunca imaginaron que un suizo y un norteamericano levantarían allí mismo, en el siglo XXI, un museo para mostrar arte contemporáneo en la altura de los Valles Calchaquíes.
Fuente: La Nación
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